La ciudad de Sevilla ha estado siempre ligada al río Guadalquivir y el barrio de Triana, que se ubica a su orilla, ha contado siempre con un barro rojizo de gran calidad. Esto facilitó que el trabajo de la cerámica apareciera desde tiempos tempranos. Su presencia está documentada desde un incipiente periodo medieval, como atestiguan los restos encontrados en el Castillo de San Jorge, que son interpretados como una posible industria alfarera posiblemente almohade. A partir de este momento los talleres de cerámica se mantendrán en esta área, con altibajos, hasta la actualidad
Durante el periodo medieval la cerámica tiene un estilo mudéjar, tanto en formas como en decoración, con abundancia de piezas bañadas en blanco y verde, así como decoradas con cuerda seca. Pero también se siente el influjo de Manises con series azules y doradas. No obstante, la producción más importante y característica de la cerámica trianera será la azulejería usada para zócalos, solados e incluso techos, cuya presencia puede rastrearse por toda la Península. Para su factura se usa la técnica de la cuerda seca con una decoración que aúna tradición musulmana, gótica y renacentista.
Durante la Edad Moderna, la producción se intensifica con la expansión del mercado americano que dinamiza la cuidad y que permite la llegada de artesanos de distintos lugares, que traen novedades técnicas y estéticas. Es el momento de las lozas finas renacentistas sevillanas, para las que se usa una pasta cerámica más decantada, un vedrío blanco y un nuevo repertorio de formas que perduran hasta fin del s. XVII. En el repertorio decorativo se aprecia la influencia italiana y, hacia finales del siglo XVI, se imitan las lozas finas de Talavera de la Reina, como la serie tricolor y las lozas azules de Savona que imitan la porcelana.
En azulejería destaca la figura de Francisco Niculoso, que posiblemente introduce la pintura polícroma sobre cerámica pintada a pincel, y que podría ser el responsable de la producción de azulejos de arista sevillanos realizados en serie con moldes de madera tallados con el negativo del motivo. Este sistema abarató la producción y tuvo un enorme éxito expandiéndose más allá de Andalucía, con ejemplos tanto en el Caribe como en Inglaterra o Países Bajos. Más adelante triunfarán los motivos repetitivos de carácter textil. La azulejería también toma modelos italianos, con pintura con pincel en colores brillantes y motivos repetitivos de carácter textil. Es el momento en que los ceramistas comienzan a firmar sus obras.
Durante el siglo XVIII la cerámica sevillana mantiene su fuerte carácter y tradición, pero con rasgos de las producciones más importantes del momento, sobre todo de la porcelana china que estaba llegando a Europa. También imita producciones nacionales, como la de Alcora o la de Talavera. De esta última se realizan manufacturas conocidas como “contrahechas de Talavera” que imitan la loza talaverana, siendo en ocasiones difícil distinguirlas. Pero, además de esta loza fina, hay una importante producción desde el siglo XVI de piezas de carácter doméstico como tinajas, barreños, lebrillos o contenedores para botica. Estas manufacturas se realizan con una pasta y factura menos cuidadas, usando al principio un vedrío verde y, a fines del siglo XVII y sobre todo el XVIII, un baño blanco con decoración azul a pincel. Para los albarelos se pintan escudos de las diferentes órdenes religiosas o establecimientos benéficos y, a partir del siglo XVIII, se pinta la cartela con el contenido en propio alfar.
En la producción de azulejo triunfan los paneles devocionales para exteriores y en los zócalos ganan terreno las escenas de género.
En el siglo XIX la producción trianera se mantuvo con la creación de fábricas de carácter familiar destacando nombres como Mensaque, García-Montalván, Laffite, Ramos Rejano o Viuda de Gomez, que luego se llamó Cerámica Santa Ana. Es este el siglo en que se funda la fábrica de cerámica de la Cartuja de Sevilla. Su fundador, Carlos Pickman, introdujo un estilo británico en su principal producción, las vajillas, que influyó en la producción trianera, que se dedicaba sobre todo a los géneros populares.
El azulejo pierde fuelle durante este siglo, aunque se produce una importante renovación a finales de siglo de mano de los anuncios murales sobre azulejo.
Pero es a partir de mediados del siglo XX cuando la producción trianera empieza a resentirse con el cierre de fábricas y abandono de espacios, como la fábrica de Santa Ana, recuperada por la Junta de Andalucía como Centro Cerámica Triana. En la actualidad aún se conserva una nutrida producción cerámica en el barrio de Triana.